dimarts, 8 de maig del 2012


Sortida a Vallvidrera
Vil·la Joana
19 d'abril de 2012
La profesora del grupo de alumnos y ex-alumnos de la escuela de adultos de  Prosperitat, barrio de Barcelona, nos tenía preparada en esta ocasión una visita a la casa- museo donde vivió sus últimos días el poeta catalán de la Renaixença, Mosén Cinto Verdaguer.

Como el museo está ubicado en una casa de veraneo en lo que hoy es el parque natural de Collserola, dentro del antiguo pueblo de Vallvidrera, que en la actualidad pertenece al distrito de Sarriá-San-Gervasio, tuvimos que desplazarnos con los popularmente llamados “ferrocarriles catalanes”, pero que últimamente la administración denomina  “metro del Vallés”.

  Al ser uno de los desplazamientos más largos que hemos hecho hasta ahora, por estar nuestras residencias en un extremo de la ciudad y el museo en el otro, fuimos llegando escalonadamente al punto de encuentro, el andén de la estación llamada “Baixador de Vallvidrera”, muy cerca del punto de nuestro destino de ese día.

  Comprobada por la profesora la presencia de todos los que habían confirmado su asistencia, emprendimos la subida desde la estación hacia la casa, rodeados de una vegetación exuberante con una gama muy variada de olores, árboles centenarios, rincones bucólicos que convidaban a perderse por esos lares solo para dar rienda suelta a los pensamientos más variados, o mejor con una buena compañía para poder compartir esas reflexiones u otras cosas, como una buena merienda campestre, o todo aquello que la voluntad de los paseantes tuviesen a bien compartir, lo dejo en vuestra capacidad de imaginación.

  Una de las cosas que más sorprende a las personas que visitan por primera vez algún lugar de la sierra de Collserola es el  contraste que existe con la gran ciudad que es Barcelona, en una distancia tan corta, porque se pueden pasar horas caminando sin padecer el ruido de los automóviles, y si la suerte te acompaña puedes encontrarte con un jabalí, una ardilla, un tejón o alguno de los animales que pululan a sus anchas por el parque, principalmente aves, sin tener que recorrer grandes distancias, ni hacer uso del automóvil.

  La visita al museo fue realmente una gozada, pues el recorrido que nos narró la guía del museo por la vida de Verdaguer -una excelente narradora-, acompañada con la visualización de algunos de los objetos que lo fueron rodeando a lo largo de su vida, nos hizo trasladar mentalmente a esa época, de tal forma, que parecía que lo estábamos viviendo en la realidad. Hasta tal punto era convincente en su capacidad de persuasión, que uno de los asistentes se quedó prendado de sus ojos, y se lo confesó, pero alguno más lo pensamos, porque esos ojos parecían las ventanas a través de las cuales estábamos viendo todo lo que nos estaba narrando. Desde aquí le doy las gracias en nombre de todos los asistentes.

Al mismo tiempo que nos narraba la vida del poeta y su tiempo, nosotros íbamos viendo algunos de los objetos que rodearon al poeta, que también fueron de uso cotidiano en parte de nuestra vida, especialmente la niñez, y mentalmente nos pasaba, paralela a la narración de la monitora, la película de parte de nuestra vida, porque algunos de los objetos presentados en la exposición, llegaron en pleno uso hasta los años sesenta del siglo XX, en muchas zonas de nuestro país.

Del contenido del museo no quiero explicar nada que pueda cambiar la buena impresión que nos dejó la narración de la monitora, simplemente recomendar una visita pausada, complementada después con una buena comida campestre, o en alguno de los restaurantes que hay por la zona, y si es en buena compañía, miel sobre hojuelas, o sobre la hierba, que también va bien.

A mí personalmente me vinieron a la memoria las reuniones que celebramos por esos entornos en los primeros años setenta, porque como no había libertad de reunión ni de asociación, teníamos que aprovechar la excusa de un paseo por la montaña, para reunirnos y charlar de los problemas que teníamos en la empresa para ver como los solucionábamos.

También por allí había vigilancia, por eso siempre teníamos que tener preparada una coartada para poder salir del paso, que más de una vez no fue fácil.

También me vino a la memoria, el día de la muerte del dictador. Hacía una temporada que yo trabajaba en un bar musical de la zona al que concurrían parejas ocasionales, o estables, pero no legales, en el sentido jurídico de la palabra, porque las mesas estaban separadas por biombos, se ponían a tono, y después bajaban a “desahogarse” dentro de su auto en el llamado “racó de la paella” pues era un espacio donde podían aparcar unos treinta coches, así se protegían unos a otros de los cacos. Era curioso, el pasar por allí, porque los vidrios estaban entelados pero desde la carretera no se veía a casi nadie, sólo a los que no hubiesen empezado su “faena” o a los que ya la hubiesen acabado. Yo, si no me lo hubiese comentado la clienta que me bajó en su coche alguna vez, no me habría enterado.

Pero el día que murió Franco yo llegué a trabajar con más inquietud porque no estaba seguro de lo que podía pasar, pero con la sensación de haberme quitado una losa de encima.

Preparé las cosas, puse la música como cada día, la primera pareja que entró una que muchas veces ya estaba esperando antes de yo llegase, el era militar retirado.

Se acomodaron en el rincón de costumbre, les serví lo habitual, pero al poco rato note que comenzaban a levantar el tono de voz. No me sorprendió porque lo hacían varias veces, enfrascarse en una discusión que terminaba, saliendo ella a la calle y él persiguiéndola a gritos.

Pero cuando lo vi que se me acercaba ya me puse en guardia, me pidió que siendo el día que era, y habiendo pasado lo que había pasado, “la muerte del GENELALÍSIMO”, que no estaba bien que hubiese puesto la música. Le pedí disculpas, le dije que lo había hecho por rutina y paré el tocadiscos.

El dueño del bar, que tenía una tienda al lado, al no oír la música, se acercó a ver qué pasaba, le expliqué el caso, pero me dijo que la pusiese, porque él era republicano y estaba contento de que muriese el dictador, al final lo convencí, y no la puse. Pero cuando se marcharon, me pidió que pusiese las canciones más alegres que tuviésemos para celebrarlo, lo celebramos con cava.

Después reflexionamos sobre la actitud del militar. Quiso imponernos a nosotros su duelo, pero él  no se privó de retozar con su amante o lo que fuese.

Con estos y otros recuerdos parecidos llegó la hora de tomar el tren de regreso a nuestras rutinas cotidianas, despidiéndonos hasta la próxima.

        Barcelona   22-4-2012           Yno...          
 Escoltant l'explicació de la guia.
 JACINT VERDAGUER

 El llit  en el qual va morir Mn.Cinto Verdaguer

                                                                    Capella privada.
Una de les publicacions de Canigó.

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